Toda ciudad -sobre todo la ciudad que aspira a ejercer su capitalidad y a ser corte de una realeza- debe tener una altura- una montaña, una torre...-para mirar al cielo, y a la tierra desde las cumbres, y verse en su unidad, y sentirse aérea, y rezar; un espejo- un lago, un río, un mar...- para mirarse a sí, fuera de sí, en una apariencia fugaz y profunda, y verse diversa, y sentirse flúida y reflexionar; y un quid divinium, un no sé qué, que sea como la flor de su vida, y le haga ser lo que es y saberse cómo es...
Y Sevilla tiene la Giralda, el Guadalquivir y la Gracia...
José María Izquierdo, "Divagando por la ciudad de la Gracia"
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